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Libros de quimica para quimicos, este es un enlace a una pagina amiga que considero debes de visitar para que no des muchas vueltas por el ciber. espero te sirva



Libros de Quimica


1. ANALISIS INSTRUMENTAL Kenneth A. Rubinson…
2. APPLIED PROCESS DESIGN FOR CHEMICAL AND PETROCHEMICAL PLANTS VOL 1 Ernest E. Ludwig
3. APPLIED PROCESS DESIGN FOR CHEMICAL AND PETROCHEMICAL PLANTS VOL 2 Ernest E. Ludwig
4. BIOCHEMICAL ENGINEERING AND BIOTECHNOLOGY G. D. Najafpour
5. BIOCHEMISTRY Jeremy M. Berg…
6. CHEMICAL AND PROCESS DESIGN HANDBOOK James G. Speight
7. CHEMICAL PROCESS EQUIPMENT Stanley M. Walas
8. CHEMICAL PROCESS SAFETY Roy E. Sanders
9. COMPRUEBA TUS CONOCIMIENTOS DE QUIMICA V. V. Sorokin…
10. CROMATOGRAFIA LIQUIDA DE ALTA PRESION Harold Mcnair, Benjamìn Esquivel
11. DICCIONARIO DE QUIMICA Y BIOLOGIA MOLECULAR Dr. A D Smith
12. ENSEÑANZA DE LA QUIMICA EXPERIMENTAL Francisco Giral
13. FOOD CHEMICAL SAFETY VOLUME 2: ADDITIVES David H. Watson
14. FUNDAMENTOS DE LA ELECTROQUIMICA TEORICA B. B. Damaskin..
15. HARPER’S ILLUSTRATED BIOCHEMISTRY Robert K. Murray…
16. MECANISMO DE LAS REACCIONES ORGANICAS Jorge A. Brieux
17. MECANISMO DE REACCION EN QUIMICA ORGANICA William C. Groutas
18. METODOS EXPERIMENTALES DE LA CINETICA QUIMICA G. Sergueiev…
19. MODELADO, SIMULACIÓN Y OPTIMIZACIÓN DE PROCESOS QUIMICOS Dr. Nicolás José SCENNA
20. OPERACIONES UNITARIAS EN INGENIERIA QUIMICA Warren L. McCabe…
21. PROBLEMAS Y EJERCICIOS DE QUIMICA GENERAL N.L. Glinka
22.PROBLEMAS Y EJERCICIOS DE QUIMICA INORGANICA S.N Savnski
23. PROCESO DE TRANSPORTES Y OPERACIONES UNITARIAS Christie J. Geankoplis
24. QUIMICA I Rosa Martha Chávez Maldonado…
25. QUIMICA II Rosa Martha Chávez Maldonado
26. QUIMICA CUANTICA 5th EDICION Ira N. Levine
27. QUIMICA ESTRUCTURAS Y DINAMICAS James N. Spencer
28. QUIMICA GENERAL Rafael Moreno Esparza
29. QUIMICA GENERAL B. V. Nekrasov
30. QUIMICA GENERAL 7th EDICION Raymond Chang
31. QUIMICA ORGANICA
32. QUIMICA ORGANICA Allinger…
33. QUIMICA ORGANICA FUNDAMENTOS TEORICOS Y PRACTICOS Lydia Galgovsky Kurman
34. QUIMICA SEXTA EDICION Raymond Chang
35. THE PROPERTIES OF GASES AND LIQUIDS 4 EDITION Robert C. Reid

posted by el profe @ 15:01, ,




Con el corazon





Fue mi mejor gol

posted by el profe @ 12:04, ,




Te invito a comer (enviado por renato)


No se angustie, señorita L. Salvo la inicial de su nombre, no voy a dar mayores pistas sobre su identidad, ni su profesión, así que relájese. Acomódese frente a la computadora y, en lugar de preocuparse, ríase. Creo que se divertirá con lo que a continuación va a leer, considerando que cuando ocurrió el hecho que estoy a punto de contar a usted le pareció de lo más cómico. Al haber sido testigo directo de ese estropicio, sospecho que este texto le resultará, por lo menos, curioso.

Sé que le prometí no escribir una sola palabra de esos sucesos en este blog, pero ya sabe, no puedo con mi genio. Pero mírelo de este modo: quizás escribir esta historia sea una manera de liberarme de ella. Si me quedo en silencio, y conservo en mi interior las amargas sensaciones que me produjo, mi estado de ánimo, mi acostumbrado buen humor, podría verse afectado, y no queremos eso, ¿verdad? Espero, pues, que no se crispe, ni se aflija ni se ofenda. Finalmente, señorita L, esto es solo un ‘post’. Al cabo de una semana, nadie lo recordará. Se lo garantizo.

Hechas las aclaraciones del caso, déjeme precisarle lo siguiente: lo que nos ocurrió el jueves pasado se debió, básicamente a un malentendido idiomático. Le informo que del mismo modo en que las mujeres a veces dicen una cosa queriendo decir otra (dicen “no” cuando quieren decir “sí”; dicen “no me pasa nada” cuando quieren decir “estoy enojada, pero quiero que lo averigües”), los hombres también manejamos ciertos mensajes cifrados.

Así, pues, cuando un hombre dice “te invito a comer a mi casa porque no va a haber nadie” en realidad está diciendo “te invito a intimar en mi casa porque no va a haber nadie”. En esa frase –por si no lo dedujo antes– la palabra ‘comer’ no tiene nada que ver con la gastronomía, aunque sí mucho con el sexo.

Usted pensará que soy un descarado y un lujurioso, pero lamento avisarle que este ardid, este truco de la invitación a comer, no es una invención mía, sino una estrategia utilizada con gran éxito por muchos otros varones. De hecho –aunque usted se resista a creerlo–, el jueves pasado era la primera vez en que yo pensaba incursionar en ese terreno. Toda mi familia iba a pasar la noche fuera de casa, así que la oportunidad era inmejorable para estrenarme en esos avatares de chico que vive solo (condición que, dicho sea de paso, espero adquirir muy pronto).

Ya otros amigos me habían comentado lo infalible que suele resultar ese plan. Recuerdo especialmente los consejos de mi amigo "el chino (para guardar su identidad poco cuidada), quien mientras vivió solo en un departamento empleó la ‘invitación a comer’ como una eficaz táctica para llevar a distintas chicas a la cama.
Según él, entre dos adultos está sobreentendido que la invitación a comer es solo un pretexto, una excusa. “Basta con que abras un par de vinos, pongas una tostaditas con paté en la mesa de la sala, y listo. Las mujeres saben que no van a tu casa para probar bocado, o mejor dicho, saben que el bocado que probarán no es precisamente comestible”.


Me fascinaba escuchar las aventuras de soltero del chino. El plan nunca se le estropeaba. Podía costarle algún trabajillo, pero siempre salía airoso ante cualquier contratiempo. Una vez, una chica puso un poco de resistencia moral cuando él le sugirió pasar a su habitación. “Tuve que fingir que ponía los fideos en la olla y que preparaba la salsa de tomate, pero a los pocos minutos ella se destensó y ya no tuve que cocinar nada”, nos ilustraba el chinillo.
Según él, a las chicas les gusta que les vendan una bonita mentira para no sentirse tan mal, para no sentir que están yendo directamente a acostarse con un sujeto al que quizás no conocen mucho. “Y si encima les dices que tú vas a cocinar, se vuelven locas”, aconsejaba.

Fue por testimonios como ese, señorita L, que yo pensé que usted estaba interpretando lo mismo que yo cuando a inicios de la semana pasada le propuse ir a mi casa. “Por qué no te caes el jueves en mi casa. No va a haber nadie, puedo cocinarte algo y la pasamos rico”. Recuerdo su cara de felicidad cuando se lo dije. Le juro que me hizo creer que usted –como yo– estaba pensando más en la expresión “pasarla rico” antes que en la frase “puedo cocinarte algo”.

Por eso me llamó tremendamente la atención que lo primero que dijera ese jueves ni bien le abrí la puerta sea: “uf, me muero de hambre”. Honestamente, creí que se trataba de un juego, un chiste provocador. Por eso le seguí la corriente, me reí y, con tono socarrón, le contesté: “uf, yo también”.

Yo había conseguido las únicas tres provisiones lógicas: el vino, las menudencias para picar, y los preservativos. Comida de fondo, desde luego, no había.

No llevábamos ni media hora de charla en el sofá de la sala cuando usted, señorita L, ya había dado cuenta de todas las pasas, maníes y aceitunas que yo había colocado a su alcance a manera de entremés. Yo intentaba avanzar por caminos más intrincados, acercándome a su lado en el sillón, buscando algún pretexto para tomarla de la mano, pero usted solo parecía estar concentrada en la comida. Eso, la verdad, me descorazonó un poco.

Vacié entonces sobre una fuente un paquete entero de tostaditas y otro de galletas saladas, raciones que no sobrevivieron ni veinte minutos en el recipiente. Y mientras usted tragaba esas porquerías, yo trataba de relajarme con exageradas dosis de vino. Cuando busqué algo más de intimidad, un beso, unas caricias deliberadas, usted me hizo la pregunta que se supone no debía hacer: “bueno, chiquito, y qué vas a prepararme”.

Recordé de inmediato los consejos de mi amigo chinillo(“ante la resistencia, haz la finta de cocinar tallarines, y de preparar una salsa, eso las ablanda”), y me dirigí a la cocina.

Aprovecho esta confesión, señorita L, para contarle que yo nunca en mi vida he cocinado nada. Nunca. Ni en las parrilladas, ni en los campamentos, ni en las circunstancias más austeras o extremas, he asumido ningún papel protagónico a la hora de preparar la comida. De hecho, me fastidia un poco que ahora haya decenas de ‘chefs’ pululando por todas partes, creando la ilusión de que la cocina es un talento natural de los hombres modernos. ¡Mentira! Hasta donde sé, quedamos un alto número de inútiles contemporáneos que nos resistimos a adquirir esas destrezas.

Por eso cuando entré a la cocina me sentí solo, desprotegido, igual de nervioso que un chiquillo que se mete a bailar sin saber moverse, consciente de que está a punto de hacer el más grande de los ridículos.

Abrí una bolsa de tallarines que había en la alacena y los dejé caer sobre una olla con agua caliente. Desesperado, comencé a revisar los cajones buscando las recetas de mi mamá para preparar una de esas salsas rápidas que ella fabrica, no sé cómo, en dos minutos. A lo lejos usted gritó: “¿necesitas ayuda?” Por supuesto que la necesitaba. Fue el único instante de mi vida en que me hubiera gustado ser el robusto Don Pedrito para –al son del infame cantito del ‘cusi, cusá’– cocinarle un plato decente y salir del apuro.
El susto y el orgullo pudieron más, así que le respondí que no, que se quedara tranquila, que todo estaba “bajo control”.

Volví a la sala para ver si usted premiaba mi espíritu culinario con un par de besos y revolcones en la alfombra, pero la noté sumamente distraída en un objeto de cuya presencia no me había percatado. Toda mi familia estaba fuera de casa, pero quedaba un intruso: mi perro ‘Huesos’, que había entrado en escena no sé por dónde para acurrucarse debajo de sus pies.

–“Espera, lo voy a sacar para estar más cómodos”
–“No, déjalo, pobrecito, afuera hace frío”
–“A él le gusta el frío, no le pasa nada”

Cuando dije eso, ‘Huesos’ pareció entenderme, porque me gruñó, mostrándome los dientes incisivos. Nunca lo hace, pero supongo que la presencia de una mujer guapa, que despedía cierto combustible aromático en el ambiente, lo tenía excitado. Ni bien me acerqué para retirarlo, el chusco can –dándoselas de fino doberman que no reconoce a su dueño– me ladró y por poco me muerde la mano



Inesperadamente, señorita L, se creó un conflicto de intereses entre mi perro y yo: al parecer los dos queríamos quedarnos a solas con la invitada. Como ‘Huesos’ no me hizo caso por las buenas, tuve que sacarlo a patadas y castigarlo, confinándolo en el sótano. Que otro hombre me gane la disputa de una chica, en fin, pero que me la gane mi propia mascota, me parecía un poco humillante.
A esas alturas de la noche ya todo había empezado a irse al diablo. Yo me había bebido prácticamente una botella de vino, y usted ya no sabía qué comer, pues las provisiones se nos habían agotado. Para colmo, ‘Huesos’ aullaba desde el sótano. Mis planes de pasar la noche juntos en gimnásticas exploraciones amatorias se habían arruinado.
–No has preparado nada, ¿no?, me dijo de pronto, desenmascarándome.
No le miento: me sentí un pobre huevón. Tan huevón como un niño que ha falsificado mal la firma de su padre en la libreta y que ha sido descubierto por la Directora del colegio.
Gracias a Dios, usted se mostró comprensiva con mi extraño comportamiento, disculpó todo el teatro armado y me acompañó a la cocina a hacerse cargo de los tallarines que estaban a punto de incendiarse. La pasta le quedó francamente deliciosa, y la velada –aunque solo fuera gastronómica– concluyó de modo impecable.
A la mañana siguiente me levanté para lavar los trastes antes de que llegaran mi mamá, mi hermana y mis sobrinos. Liberé a ‘Huesos’ de su encierro y, mientras enjuagaba los platos y cubiertos, traté de digerir la frustración de no haber podido gozar de la noche alocada que había imaginado.
Dicho todo esto, señorita L, déjeme comentarle que este viernes mi familia no pasará la noche en casa. Un paseo de campo los mantendrá lejos. Les he sugerido que se lleven al perro. Puestas así las cosas, ¿se animaría usted a venir otra vez? Podríamos jugar a la comidita. Ya sabe a lo que me refiero

posted by el profe @ 18:45, ,




Las bodas de plata (por: LORENA)

Una buena presentacion entregada por Lorena para los amigos de este blog para bajartelo hacer click

posted by el profe @ 15:25, ,




¿SON LOS HOMBRES MÁS AMIGOS QUE LAS MUJERES?( Enviado por Lorena)

Demostración:

CASO #1
Dos mujeres se encuentran en la calle, una de ellas iba saliendo del salón de belleza.
Mujer 1: '¡Hola amiga!!!, ¿Te cortaste el pelo?
Mujer 2: '¡Sí, querida!, No te imaginas con quien... Manuel, el maestro gay de la tijera. ¿Cómo me ves?'
Mujer 1: '¡Maaaraaaviiillooosaaaaa! Te ves 10 años más joven. ¡Qué bárbaro!, Quiero hacerlo igual, ¿Fue iluminación?'
Mujer 2: 'Nooo, es una nueva técnica de aclaramiento que él trajo de Italia. Imagínate que... Bla, bla, bla, y te acuerdas de bla, bla, bla, bla y luego bla, bla, bla, bla, bla, bla..... (Media hora después)
Mujer 1: Bueno amiga. Vete a tu casa que tu esposo se va a enorgullecer de la esposa tan bella que tiene.
Mujer 2: ¡Ay amiga, que gusto me dio saludarte. Salúdame a tu esposito y a tus nenes!
Mujer 1: se va pensando: 'Esa perra barata se ve ridícula y no se da cuenta. ¡No entiendo como su marido, tan guapo, sigue casado con esa estúpida y feísima....!'
Mujer 2: se va pensando: 'Esa estúpida debe de estar muriéndose de la envidia. Y la cojuda todavía quiere arreglarse igual... ¡ja!... Con su pelo de escoba... ¿qué se estará pensando?, ¿Acaso quiere parecerse a mí? Ni volviendo a nacer, TARADAZA.'


CASO #2
Dos hombres se encuentran en la calle, uno de ellos va saliendo de la peluquería.
Hombre 1: '¡Que haces huevón! ¿Te cortaste el pelo, maricón?'
Hombre 2: Nooo, me creció la cabeza so cojudo. Claro que me corte el pelo, ¿por qué?
Hombre 1: Es que pareces cabro.
Hombre 2: Sí, rosquete... ¡Pero a tu hermana le encantó!!!
Hombre 1: 'Estoy apurado marica... Me quito, saludas a la horrible de tu esposa'
Hombre 2: ¡Chau recontra chivo!!! ¡Nos vemos al rato!
Hombre 1: se va pensando:'¡Ese compadre es de la puta madre... Me cae muy, muy bien!
Hombre 2: se va pensando: '¡Es un tipazo mi compadre... ¡En verdad lo estimo mucho!' DIGAN QUE NO....¿QUIÉN TIENE MÁS VALORES SOBRE LA AMISTAD?

CASO # 3

Diferencia entre la amistad de los hombres y la de las mujeres:

1) La esposa pasó la noche fuera de casa. A la mañana siguiente, ella le explica a su marido que se le hizo muy tarde y como era muy peligroso salir tan tarde de noche, había dormido en la casa de su mejor amiga. El marido entonces llama por teléfono a las diez mejores amigas de su esposa.
Ninguna de ellas confirmó la historia de que había dormido en su casa. Todas no supieron qué decir, y cayeron en contradicciones.

2) El marido pasó la noche fuera de casa. A la mañana siguiente, él le explica a su mujer que se había pasado de tragos y como es peligroso manejar en ese estado, había dormido en la casa de su mejor amigo. La esposa entonces llama por teléfono a los diez mejores amigos de su esposo. Siete de ellos confirmaron al 100% la historia, y los otros tres restantes, además de confirmarla, dijeron que el todavía se encontraba ahí durmiendo ....

¡¡¡Eso si es Amistad!! ¡¡¡ Carajo!! Enviado por Lorena

posted by el profe @ 16:00, ,




Sin Banderas (por R. C.)


Este fin de semana he sido víctima de una cruel encrucijada emocional que me sirve de excelente pretexto para cocinar un nuevo ‘post’: la ex novia de un amigo [corrección: la bonita ex novia de un buen amigo] se me insinuó.
Acababa de aterrizar en un bar de Miraflores, me había refugiado a un lado de la barra y estaba dando cuenta de la primera cerveza de la noche. Si no recuerdo mal, eran casi las 2 de la mañana. Esperaba encontrarme con alguien conocido, pero después de 30 minutos sin resultados intuí que no tendría suerte y opté por pedir la última cerveza antes de irme a dormir. Fue justo en ese instante que sentí un dedo delicado martillando repetidas veces mi hombro. Giré la cabeza y ahí estaba ella (digámosle ‘S’), descaradamente guapa, mostrándome su sonrisa más espontánea y diciendo mi nombre con un tono en el que se podía percibir una importante dosis de entusiasmo. “Hey, Renato, a los años, cómo estás”.
Antes de que pudiera siquiera responderle, ella ya me estaba dando un beso ligeramente pronunciado en la mejilla. Fue un beso de dos segundos (una duración inusual para un inocente beso de saludo). Pero, bueno, no me lo tomé a mal, total -–pensé–- los reencuentros suelen venir acompañados de ese tipo de manifestaciones excesivas.
A ‘S’ no la veía hace, por lo menos, un año. La última vez había sido en una reunión, a la que yo fui, precisamente, con su ex enamorado, mi amigo, a quien hacía muy poquito ella había terminado después de dos años y medio juntos. En aquella ocasión mi amigo (digámosle ‘M’) estaba deprimido, muy dolido, y apenas la vio entrar tembló de la impresión y me dijo en voz baja una frase que no he podido olvidar: “la cagada, vino la perra”. Para mí estaba claro que ‘S’ no era ninguna ‘perra’, pero mi amigo estaba en todo su derecho de reaccionar con dureza: cuando uno tiene el corazón hecho un anticucho de la pena dice estupideces y en lo que menos piensa es en usar los adjetivos correctos.
Pero ese episodio había ocurrido, como dije, hace un año. Ahora ya no estábamos en ninguna reunión, sino en un aglutinado bar de Miraflores tomando unas cervezas y actualizando nuestras historias. Y, lo más importante, ya no estaba mi amigo (que andaba en el Norte por un viaje de trabajo), sino solamente los dos.
Confieso que ‘S’ siempre me había llamado la atención. Además de linda, era una chica muy divertida y normalmente coincidíamos cuando hablábamos de discos, libros y películas. Por si fuera poco, tenía (tiene) un cuerpo al que no se me ocurre calificar de otra manera que no sea ‘brutal’. Mientras fue novia de ‘M’, yo nunca la miré con intenciones inapropiadas; o, para ser franco, me escudaba en ese falso refrán que dice “la mujer de mi amigo es hombre”, y trataba de verla sin afán ni morbo. Pero de que me gustaba, me gustaba.
Por eso cuando la encontré en el bar, en vez de alegrarme, palidecí, porque tuve la inconfundible sospecha de estar metiéndome en un aprieto. Varios minutos después, cuando me percaté de su proximidad, de sus giros coquetos y de su despachada buena onda conmigo, algo en mi cabeza se retorció. “Es la ex novia de mi amigo, es la ex novia de mi amigo”, me repetí en silencio, y para superar el escalofrío, le pedí al barman otra cerveza.
Es increíble cómo a veces sabemos que estamos entrando en un hoyo negro, sabemos que si damos un paso más podemos desencadenar una serie de hechos inmanejables, y aunque tenemos hasta el último minuto la posibilidad de dar marcha atrás, aunque depende solo de nosotros que esa mecha no se encienda, por algún motivo decidimos dejarnos llevar por el vértigo de la situación, asumir el riesgo, violentar el área restringida, olvidarnos de las consecuencias por muy fatales que puedan ser, y avanzar firmes por ese sinuoso y excitante camino de sombras.
“Me encantas, siempre me has encantado”, me dijo de pronto ‘S’, acercándose todavía más y debilitando el invisible campo magnético que yo había levantado a mi alrededor para no caer en la tentación. Mi sabia y madura respuesta a sus inapelables palabras fue: “Un toque, voy al baño”.
Pensé en huir del bar, pero en realidad sí me urgía ir al baño y, además, no había pagado la cuenta y no quería endosársela tan conchudamente. Una vez en el baño, mirándome al espejo como Edward Norton en La Hora 25 o como Robert de Niro en Taxi Driver, empecé a interpelarme y a interpretar, alternadamente, al ángel y al demonio que conviven en mi pellejo.
–“¿Pero qué estás pensando hacer, huevas? Vas a cagarla todita solo por un agarre. Piensa en ‘M’, tu pata, tu chochera”, me reté, haciendo gala de mi persuasivo discurso samaritano.
–“Un momentito, compadre. ¿Acaso tú estás propiciando todo esto? ¡Es ella la que te quiere dar vuelta! Así que déjate de mariconadas, lávate la cara y aprovecha, brother, que ya son las 3 de la mañana y si no actúas rápido hoy regresas invicto a tu jato”, argumentó, sólidamente, el Renato en versión demonio.
–“Pero, ¿y la lealtad? ¿No se suponía que con las ex de tus amigos no debes meterte, que son mujeres prohibidas? ¿Vas a poner en riesgo una amistad de años por un lenguetazo de diez minutos?”, contraatacó mi YO angelical, pundonoroso, dispuesto a dar batalla.
–“¿Lealtad? ¡Lealtad las pelotas! Las personas no son propiedad de nadie. ¿O le has visto a la flaca un cartelito que diga ‘Soy la ex de ‘M’, así que no me mires’? ¿No, verdad? ¿Acaso ‘M’ no se revolcó una vez con la ex de su jefe? De qué lealtad me estás hablando. Una vez que las relaciones concluyen, las dos personas vuelven a ser completamente libres”, pregonó, acertadísimo, el diablo que me habita.
–“No puede ser. O sea que tu arrechura puede más que tu sentido común. Anda, pues, agárratela, pero mañana no vayas a levantarte diciendo: ¡qué carajo hice! Vas a tener que bañarte cien veces con jabón de pepa para quitarte toda la culpa de encima”, me alarmó mi lado bueno.
–“Deja tus monsergas calzonudas de lado y date cuenta de que en esta vida, en cuestión de sexo, nadie, absolutamente nadie tiene bandera. Tienes una oportunidad con una chica linda, tómala”, pontificó mi demonio, afilando su trinche.
Luego de tan intenso combate, salí del baño sin saber qué hacer. Pensé en neutralizar mis deseos de besar a ‘S’, reprimiendo mis hormonas y haciendo acopio de toditas mis fuerzas mentales, pero cuando llegué a la barra, ella ya se había quitado la casaca y exhibía impúdicamente un escote muy poco colaborador.
“¿En serio te encanto?”, le pregunté, imprudente, ya resignado a sufrir los estragos de la montaña rusa de cinco loops en la que me estaba subiendo.
Ella me sonrió y se puso a dos milímetros de mi rostro. Sentí unos irrefrenables deseos de apretarla contra mí y besarla. Percibí su aliento, la vi cerrar los ojos y entreabrir los labios.
Prometo contar el desenlace en un comentario. Por ahora, díganme: ¿Qué hubieran hecho en mi lugar? ¿Ustedes tienen bandera?

posted by el profe @ 11:03, ,




Conociendo a tu futuro Suegro


Pocas circunstancias producen tanta sudoración y tensión nerviosa como el decisivo momento en que una chica te presenta oficialmente a su papá. No importa si eres adolescente o adulto, tímido o apantallador, experto o primerizo. Da igual: a todos se nos estruja el estómago y sentimos el vacío en las tripas cuando, en medio de la sala, oímos el eco de las pisadas y los carraspeos que anuncian la inminente presencia del hombre que podría llegar a ser tu suegro.


A diferencia del encuentro con la mamá, que –-por novelera y celestina-– suele ser amable y cómplice, el careo con el papá está revestido de un épico aire de desafío del Oeste. Cual si fuera un vaquero o un alguacil desconfiado, el papá se para delante de ti y durante inacabables segundos se dedica a escrutarte puntillosamente de la cabeza a los pies. Luego te aprieta la mano con excesiva firmeza (acaso temiendo que esa misma mano haya inspeccionado ya las honduras corporales de su hija) y, finalmente –-con una gracilidad que disimula sus verdaderos propósitos-– te somete a un cuestionario que en nada se diferencia de los vulgares test de comisaría: nombre y apellidos completos, lugar de trabajo y residencia, estudios realizados, nombre y ocupación de los padres. Más que en una entrevista profesional, uno llega a sentirse como en un proceso de control de calidad, como si fueses un pedazo de res, un corte de chancho o un embutido que solo recibirá su sello de garantía si cumple con los mínimos estándares de higiene.
A ese perfil responden los papás duros, celosos, a menudo militares, que sienten que el enamorado de sus hijas, antes que un hijo más, es un enemigo en potencia. Si vieron a Robert de Niro en 'Meet the Parents' saben a qué me refiero.
Sin embargo, otra será tu suerte si te topas con el otro clásico ejemplar: el papá patero. Ese con el cual hay una química inmediata y con el que, increíblemente, sobran las coincidencias: los dos son hinchas del mismo equipo, los dos odian a los políticos, los dos eligen una cerveza cuando llegan a un restaurante, los dos son ligeramente comodones, machistas y no entienden por qué las mujeres se demoran tanto arreglándose en el baño. A diferencia del papá–ogro, este papá descubre en el enamorado al hijo que nunca tuvo y, por esa natural afinidad, puede llegar a convertirse en un involuntario obstáculo para su propia hija. No es rara la siguiente escena: tú y tu chica están saliendo rumbo al cine para una función que comenzará en cinco minutos. Están claramente apurados. Pero justo en el instante de despedirse, al papá –-que no ha captado la urgencia del contratiempo-– se le da por iniciar una conversación que promete debate. “Oye, ¿y viste el gol de Messí el otro día? El chibolo lo cagó a Maradona” o “Tú que andas metido en esto del periodismo, qué opinas del TLC ah…esa vaina sale o no sale” o “¿Has probado las empanadas del Mavery? Dime si no son espectaculares”. Solo un destemplado grito de tu novia (“Ya pues, papáaaaa, ¡vamos a llegar tarde por tu culpa!”) podrá desbaratar esa cháchara acalorada.
Yo no puedo quejarme. Los dos ‘suegros’ que he tenido han sido absolutamente querendones. Manuel y Fico. Manuel era un señor voluminoso, casi calvo, discreto y permisivo. Siempre usaba camisas blancas de manga corta, manejaba un escarabajo y los domingos le gustaba pasearse descalzo y en boxers por el departamento. A veces me invitaba unos whiskies y me contaba pasajes de su juventud jaranista en las peñas de La Victoria. Era un tipazo.
Fico, por otro lado, era un conversador dicharachero. Le encantaba hablar de futbol, del transporte, de comida y podía pasarse madrugadas enteras jugando Risk o dominó. Era un antiguo, como yo. Y quizá porque vivía con su esposa, sus dos hijas y una perra (la indómita Tequila), creo que encontró en mí al partner masculino que le hacía falta.
Ahora que pienso en ellos, reconozco que he tenido mucha suerte. Es raro como –al romperse una relación– uno debe acostumbrarse a la idea de no ver más a los actores secundarios de esa película que ya terminó: los papás, las mamás, los hermanos y hermanas, los abuelos, los primos, los tíos, las mascotas. Todos fueron parte de la escenografía de tu vida por unos buenos años. Lograron ser, casi casi, como una (sagrada) familia paralela. Sin embargo, de un momento al otro, por motivos que les son ajenos, debiste salir expectorado de sus vidas (y debiste expectorarlos de la tuya).
Lo admito: hay días en que extraño mucho a esos papás. Y me consuela la vanidosa intuición de que –-a diferencia de sus hijas-– ellos no encontrarán un mejor reemplazo para mí.

posted by el profe @ 10:48, ,



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